(Valencia, 24 de julio. Resteado en la Noticia).- La crisis
económica entró de lleno en los salones de clases. Así como sube la inflación,
aumentan las dificultades para impartir y recibir una educación de calidad.
Cada día el esfuerzo que deben hacer los maestros para no desistir y mantenerse
en sus puestos de trabajo es mayor, mientras que la deserción escolar no parece
tener freno.
Los estantes de los supermercados siguen vacíos y los pupitres en
los colegios se contagian de esta misma condición. La escasez y la mala
alimentación han sido el común denominador de este año escolar que termina con
depresión e impotencia.
Los niños de primaria evitan gastar energías en juegos y
suplican por meriendas en sus colegios. Los más grandes de segunda etapa
pierden evaluaciones para acompañar a sus mamás a comprar comida.
Los adolescentes
de bachillerato analizan el panorama y optan por desechar sus sueños de ser
profesionales para solucionar las necesidades de sus hogares con oficios
informales.
Los docentes evalúan con dureza el periodo escolar que
termina este mes. La situación económica disminuye el rendimiento académico y
la única opción que tienen los profesores es adaptarse a las circunstancias e
ingeniar nuevas estrategias de enseñanza. Sus responsabilidades ahora incluyen
sumas de desmayos semanales, división en varias partes de sus almuerzos,
multiplicaciones de la paciencia y análisis de porcentajes de inasistencias.
En
las escuelas públicas deben hacer frente al robo de alimentos y en las
privadas, al retiro de estudiantes que abandonan el país.
En la memoria y cuenta de 2015 del Ministerio de Educación
se señala que 32 millardos de bolívares se destinaron a la Corporación Nacional
de Alimentación Escolar (CNAE) para cubrir los gastos en comida de 4 millones
de estudiantes: apenas 8.000 bolívares para cada uno durante todo el año.
No es
extraño entonces que el programa de alimentación se reparta en algunas
instituciones sin los nutrientes necesarios, que sea insuficiente para todos
los estudiantes o simplemente que no llegue.
Otro problema asociado al programa es su falta de flexibilidad
porque no permite destinar recursos para renovar equipos y hacerles
mantenimiento a todas las cocinas.
Ramos agrega que hay escuelas con el
refrigerador dañado, pues no tienen presupuesto para repararlo y mientras
esperan que el ministerio responda sus demandas, los representantes se llevan
la comida para almacenarla en sus casas. El riesgo que se corre es que no la
devuelvan completa, dado que tuvieron la necesidad de usarla.
A esto se añade el mecanismo que emplea el ministerio para
distribuir los alimentos: “Antes Mercal y Pdval tenían un contrato con
proveedores para llevar los insumos hasta las escuelas. Ahora solo se les avisa
a las instituciones que busquen lo que les corresponde.
Deben asumir un costo
adicional y contratar un transporte específico con ciertas condiciones
establecidas en el manual del antiguo Programa de Alimentación Escolar. El
asunto de que la educación pública es gratuita termina siendo una de las
grandes falacias de este gobierno”.
FUENTE: EL NACIONAL
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