Entre colas y cadenas



(Valencia, 29 de Octubre. Resteado en la Noticia).-Un niño que muere. La madre que desespera y ancianos que desmayan en la fila

En Caracas comienza la angustia y la provincia sigue el ejemplo

Entre secuestro y extorsión

Y el problema se encadena


L.J. Hernández


La mujer llega su casa y está fatigada por las horas de cola. Se sienta frente al televisor en la vieja poltrona, herencia de su abuela. La novela va a comenzar justo cuando aparece el aviso de otro discurso.

“¡Ya encadenó!”, grita con rabia y apaga el aparato.

Prefiere entregarse al sueño.

Antes, había recibido la noticia de su padre, que se había desmayado en la cola de Caricuao. Su madre le pide que le consiga una pastilla contra la hipertensión. Todo fue inútil.

Volvió  a la TV y seguía la cadena.

No pudo dormir. Cinco llamadas y no había la medicina para su padre.

Casto es su nombre y ni de vaina da su apellido. Esta extenuado tras una cola que cubre los cuatro costados del supermercado.

La gente de los barrios ha bajado para buscar harina y pollo, porque corrió el rumor en la ciudad de que había suficiente.

Él tenía otro número que alimentaba su esperanza de conseguir parte de su cesta.

Eran las 8 de la mañana. Sus ojos enrojecidos por el trasnocho. Estaba a unos veinte puestos.

Una hora después estaría en la caja pagando. Eso pensaba.

Vana ilusión. Apareció un empleado del hipermercado: “Todo se acabó”.

Luego confesaba que por la parte trasera habían llegado los hombres de verde y arrasaron.

Jairo Sánchez López, tiene 68 años y nunca imaginó que con la educación que recibió de don Tomás, su padre, iba a tener que fingir una enfermedad y hasta desmallarse.

“Pero tuve que hacerlo”, dice, mientras muestra dos paquetes de Harina Pan, comprados en el supermercado.

Llevaba una hora en la cola y su nerviosismo daba cuenta de su adrenalina.

“Caí al piso y sobre mí, varios de los cola-habientes para recogerme”.

“Me recuperé o lo simulé diciendo que sufría de hipertensión”.

“Los primeros de la fila me permitieron entrar y así pude ponerme en los dos paquetes de harina”.

“Mi esposa no lo creía. Yo tampoco”.

“Pero así vivimos en este país de colas y cadenas de un gobierno que nos desespera y provoca miles de hipertensos como yo”.

Políbio pasa de 60 años, pero se ve un poco gastado y eso para él ya es una ventaja a la hora de alistarse en la diaria batalla para conquistar la comida.

Su mujer era chavista hasta que dejaron de pagarle la beca de 800 bolívares.

Ahora, ella lo acompaña a las colas y al grito de “¡Revocatorio ya!”.

Se las han inventado para acceder a los supermercados.

Él se armó con un bastón y simula muy bien su pasmoso andar. Tan bien, que apenas ven a la pareja, les permiten avanzar hasta llegar a los estantes de la Harina Pan y el arroz.

Apenas regresan a casa, guardan el bastón como una joya.

María Cruz, llora y llora.

Su hijo ha muerto apenas viene al mundo.

El médico le ha dicho que la criatura no resistió la mala alimentación de la madre.

Ella confiesa su verdad.

Comía muy poco.

Alfonso Manzo Rigores llega molesto a su trabajo. Ese día había perdido su acostumbrada amabilidad. “¿Qué le pasa a este?”, preguntó uno de sus compañeros, justo cuando abandona el ascensor. El indignado sigue imperturbable hasta que entra a su oficina. Finalmente se desahogó con Ana, su compañera de trabajo. Le muestra la hoja impresa con el número 708. “¿Sabes que me he tenido que levantar a las tres de la mañana y llegar a la cola de un abasto en la Avenida Rómulo Gallegos?”. Eran las 9 y Ana le pregunta “¿y qué haces aquí?”. Él responde: “Dejé a mi señora en la cola con el número anterior y ella me llamará”.


FUENTE: El Quinto Dia.
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