Cuarentenas, reflexiones y algo más


Por Ángel Silva-Arenas
Todo sucede por algo, una frase que –seguramente- más de uno ha tenido en su mente en estos cruciales momentos de cuarentena, en los cuales la vida: la propia, la ajena, la de los nuestros, se torna más vulnerable de lo que por esencia es.
Son tiempos en que la fe revitaliza la esperanza, en particular para aquellos que, como yo, tenemos la certeza de que Dios nos pone pruebas para fortalecerla, especialmente cuando en este mundo la incredulidad está a flor de piel. Una fe que debe alimentarse de fraternidad, solidaridad y buenas acciones, conscientes además de que la prudencia es la única arma para hacer frente a esta circunstancia que, disfrazada de Coronavirus, nos increpa acerca de las prioridades que como individuos y sociedad hemos elegido para orientar los pasos de la existencia de todos.
Para algunos son momentos de excepción para reencontrase con los suyos, esos que desde siempre han vivido en la misma casa y que lucen extraños cuando se habla de hogar. Descubren con sorpresa que conservar una vivienda no es cosa fácil, que para que los baños se mantengan pulcros con las cerámicas limpias sin hongos y disfrutemos una ducha larga y caliente, requiere de una oficiosa labor de filigrana donde cepillar cada baldosa es una experiencia casi mística y religiosa.
Y qué decir de la cocina, esa eterna compañera de pláticas y encuentros, donde al llegar cada miembro del clan desviste con alegría y complicidad sus devaneos diarios, inquietudes, logros, desaciertos y dudas, salpicadas siempre con un buen chismecito que delata nuestra identidad caribeña y latina. Lograr que este sacrosanto lugar funcione y luzca con la calidez e higiene que demanda es una tarea colosal, que solo se compara con el ímpetu y la pasión de los músicos de Titanic.
Las habitaciones son otro tema, pues dependiendo del número que tenga en casa, descubrirá un mundo de posibilidades para organizar, arreglar y limpiar ese lado oscuro que cada dueño o inquilino de la misma alberga en ella. Con el tiempo de sobra que estas vacaciones obligadas le ofrece, de seguro que se ha asombrado de las mañas –unas buenas y otras no tanto- que sus familiares hacen en sus cuartos, como las tazas de café dejadas desde hace años al lado o bajo la cama, la cantidad de cremas y pócimas de belleza que nunca utiliza y que decoran la peinadora o la mesa del baño, los calcetines que daba por perdidos que por obra de esta pandemía han aparecido en el lugar más insospechado, y así para usted de contar.
Son momentos para descubrir la infinidad de cosas por arreglar que ha ido postergando por la falta de tiempo, que es más falta de voluntad. Esos “mañana me ocupo”, terminan convirtiéndose en un barrio populoso de cosas que por la cotidianidad se hacen invisibles. Entonces, este periodo de ocio que tiene, permite identificar la cantidad de bombillos que le hacen faltan a las lámparas, las puertas que necesitan aceite en las bisagras, las rejas y paredes que piden a grito una mano de pintura, los adornos rotos que por la sutileza de la nostalgia no se atreve a botar, la maraña de cables de los televisores que juntos con las de la cablera precisa un orden, las telarañas que se tejieron en esa ventana olvidada y que tiene como huésped de postín a la “mayucita”, una araña simpática amiga de Levi, el vecino residente del apartamento de planta baja.
La limpieza, en consecuencia, se torna en uno de los puntos cables en la programación de los itinerarios de la cuarentena social. Hay tiempo de sobra, así que manos a la obra. En mi caso, hasta los bombillos lucen relucientes y los CDꞌs también tuvieron su dosis de baño con germicida y antibacterial incluido.
Sin lugar a dudas, es necesario cumplir y adoptar las medidas sanitarias que el protocolo demanda para prevenir el contagio, como lavarse las manos regularmente, no llevárselas a la cara, cumplir con la distancia social de un metro, salir solo por necesidad de alimento o medicina, llevar tapabocas si debe salir de su casa, cuidar a los mayores de 60 años, estornudar tapándose con el codo, desinfectar con cloro, alcohol, germicida, entre otras.
Sin embargo, la paranoia ha hecho de las suyas, la cantidad de información que intoxica nuestras redes sociales ha terminado contaminando a más de uno, transformándolo en un obsesivo compulsivo que para dormir utiliza tapaboca, guantes mitones de látex, coloca el despertador cada 10 minutos para hacer gárgaras y tomar agua tibia con limón, usa gel antibacterial de forma desmedida como loción para después del baño sin tomar en cuenta que lejos de beneficiarlo hace inmunes a las bacterias, retiene diez segundos la respiración para saber si le duele el pecho, toma tres cápsulas de vitamina C diaria, hace remedios caseros con zábila y alcohol que se los coloca hasta al perro y, como centinela de cárcel de máxima seguridad, encierra a cada miembro del hogar en su habitación con candado y en las horas de comida le abre la puerta para darle el alimento en una bolsa plástica.
El ocio ha animado la creatividad, lo que indudablemente es un lado positivo que en esta situación hay que valorar. Es evidente la serie de actividades que la cuarentena ha propiciado, lo que nos refrenda que las crisis son siempre una oportunidad para crecer, salir de la caja e innovar. Es un elemento cultural que debemos reforzar para hacer producir esta Tierra de Gracia.
Talleres familiares y comunitarios para realizar tapabocas con servilletas, toallas húmedas, telas, etc., rutinas de ejercicios con muebles y accesorios domésticos, manualidades con material reciclable, cursos online de cocina, origami, jardinería, bisutería, maquillaje, son la orden del día. Oportunidades para desempolvar ese libro que habíamos olvidado y deseamos leer, para ponerle la estrofa final a ese poema, o agarrar el cuatro o guitarra de la adolescencia y resucitar sus melodiosas notas.
Son ocasiones para vernos a los ojos, cara a cara, desde el corazón, dejar los celulares a un lado, descubrir la fisionomía, los rostros y el alma de los nuestros. Sentirnos cercanos, hablar a viva voz o en silencio. Decirnos aquello que nunca nos dijimos, lo importante, lo esencial, lo bonito. Pedir disculpas o perdón, admirarnos, reírnos de nosotros mismos, hablar de esos temas importantes, que en momentos donde la vida se juega, se hacen imprescindibles aclarar porque mañana es tarde y el presente es hoy.
Una cuarenta para volver a lo básico, a eso que hacíamos para sentirnos felices y contentos. Para sacar de los closets o baúles los viejos juegos de mesa como monopolio, bingo, damas, ajedrez, ludo, scrabble, cartas españolas para reanimarnos, rememorar anécdotas y entender que juntos, hasta compartir una galleta o la última Oreo de la alacena, es mejor.
Cuarentena para tomar conciencia de que prevenir siempre es la mejor medicina, que actuar con sentido de austeridad es una racional y buena opción para tiempos de adversidad, donde el egoísmo no tiene cabida. Para reflexionar que la vida tiene matices que nos colorean a todos por igual, sin distinción de raza, credo o ideología. Que no hay nada más hermoso que saberse uno, que somos un pueblo noble, que hemos actuado con civismo y cordura, desprendiéndonos de las diferencias, esas que alimentan de petulancia y vanidad la ambición y la discordia.
Seguro que echaremos paꞌlante, como coloquialmente decimos. Que aquí estamos y aquí seguiremos con nuestro acostumbrado humor, ese que usamos para sortear las contingencias. Seguiremos con la bondad que nos caracteriza para darle la mano a quien más la necesita. Seguiremos con la valentía de quien se levanta cada mañana a buscar el gran día, con el empeño de seguir trabajando por el futuro con el espíritu creativo que nos hace únicos y sobre todo venezolanos.
Semanas de estar en casa, de reflexiones, de ritos, de rezos, días para estar pendiente de los nuestros, de tomar un tiempo para llamar o escribirle al amigo, al vecino, al compañero de trabajo, al que está adentro y fuera del país, horas para manifestarles que los recordamos, que los queremos, que son parte inalterable de nuestra historia, que durante y después de esta cuarentena social y colectiva, aquí seguiremos esperando maravillados y con certeza un nuevo amanecer, ese que desde ahora deberá ser percibido de manera diferente, con gratitud a Dios y a las personas, con empatía, altruismo, unión y sobre todo: amor.

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